Es cierto que la mayor cantidad de
libros posible se encuentra en las bibliotecas. Sin embargo, una biblioteca no
es el lugar idóneo para un libro como tampoco la cárcel es el lugar apropiado
para una persona decente y buena conducta. El encierro es para los delincuentes
y criminales que atentan contra la paz y el bien común de nuestras sociedades.
Pero si a un libro se le encierra detrás de una vitrina y se le pone etiquetas
de clasificación sería porque alguien ya lo hubiere considerado como una
amenaza, que provoca la subversión de los pueblos, que desestabiliza la
tranquilidad de las sociedades anquilosadas en ideas retrógradas y falsa moral
y que podría terminar en una revolución.
-José Luis Núñez (Apuntes sobre libros y literatura)
1.-
Al día de hoy, y desde siempre, una biblioteca pública se parece más a una
cárcel de libros que a un espacio de aprendizaje. ¿Cuáles son las razones que
me motivan pensar así? Cuando trabajaba en la Fundación Libros para Niños,
junto a Eduardo Báez Cruz (q.e.p.d.) y José María Campos Mercado, concebimos la
teoría de que las bibliotecas no cumplen con la función primordial que es
heredar y transmitir el conocimiento a los estudiantes de todos los niveles
escolares (ni siquiera promueven el interés y el gusto por los libros y la
lectura), sino que se dedican a reglamentar a los visitantes y a categorizar
las distintas ediciones de libros. Considerando que las ediciones con que
cuentan las bibliotecas públicas son, en su inmensa mayoría, obsoletas y
desfasadas.
2.-
Pues bien, entrémonos en materia, ¿por qué una biblioteca pública se parece más
a una cárcel de libros? Primero, en las cárceles hay normativas que los reos o
sus familiares no pueden y no deben transgredir, lo mismo que en las
bibliotecas el usuario-lector no puede y no debe ignorar. Además, dichas
normativas son tan estúpidas como las que deben cumplir los reos en las
cárceles. Segundo, en las cárceles hay guardias que custodian sus instalaciones
para que ni los reos se escapen ni sus familiares entren como Juan por su casa,
lo mismo que en las bibliotecas hay una persona (generalmente es una señora de
edad) que cuida los libros para que ningún usuario-lector se los lleve (por
olvido). En las cárceles, la única persona que puede autorizar la salida de un
reo o la entrada de un familiar es el alcaide o un juez competente. En la
biblioteca, es la bibliotecaria o un superior quien decide el destino y uso de
los libros.
3.-
Podríamos encontrar más razones por las cuales una biblioteca pública hoy en
día se parece más a una cárcel de libros que a un templo del saber que estimula
la vida y el conocimiento. Sin embargo, preferimos profundizar más en los dos
puntos señalados anteriormente, no sin antes insistir que las bibliotecas
públicas deben cumplir con la función vital de transmitir el conocimiento a los
estudiantes, de facilitar experiencias de aprendizajes, y deberían de asumir la
responsabilidad y el compromiso de estimular experiencias lectoras agradables
que las escuelas no han podido cumplir. Lamentablemente, al libro se le trata
como si fuera una toxina, un agente tóxico.
3.-
A continuación, listo algunas de las normativas que a mi consideración son
estúpidas y que se aplican en las bibliotecas públicas. Procuraremos, hasta
donde nos sea posible, establecer vínculos y relaciones, entre el trato que
reciben los reos en las cárceles y el trato que reciben los libros y los usuarios
en las bibliotecas públicas. Cabe aclarar que no existe una normativa estándar
que los usuario de las bibliotecas públicas deban cumplir como un dogma, al pie
de la letra (de ahí que entre una y otra biblioteca pública varíe el tipo de
normativa, al menos en cuanto a contenido, no en sus propósitos) y que las
normativas que aquí se indican se han tomado sólo como ejemplo para ilustrar el
comportamiento grosero e irresponsable de las bibliotecarias.
1.- Prohibido entrar a la biblioteca en short y chinelas o con la camisa por fuera y desabrochada
4.-
Una prohibición de este tipo es incompatible con el derecho que tenemos todas
las personas a acceder a la literatura universal, regional y local. Y no sólo
es incompatible sino, también, discriminante. ¿Cuál es el motivo que lleva a
las bibliotecarias a aplicar esta normativa? Pensemos que lo hace estrictamente
por orientaciones de sus superiores y no porque considere que quien visite
vestido de esta manera la biblioteca pública ofende a los demás usuarios que sí
visten de forma presentable, respetuosa y correcta a su encuentro con el saber.
Pensemos que lo hace más por obediencia y sumisión, mismas que le permiten
conservar su trabajo, y no porque sus años y sus dificultades para conciliar
sus emociones con sus procesos fisiológicos (menopausia) le hayan convertido en
una vieja histérica y amargada.
5.-
Pienso en estos momentos en aquellos niños, niñas y adolecentes que viven en
los barrios y en comunidades rurales que carecen de las condiciones económicas
para vestir según la demanda de las bibliotecas públicas o más bien como lo
exigen sus administradores. Por calzar de chinelas, andar sudorosos, expeliendo
mal olor, los pies sucios, la cara curtida, camisa descolorida y desabrochada,
se les negará toda posibilidad de acceso a la biblioteca y a los libros para
poder hacer sus tareas. ¿Queremos que el futuro de nuestro país descanse de
verdad en el presente de nuestra niñez? Pues dejemos a un lado las imposiciones
y las estupideces que crean líneas más grandes de separación y estimulan la
marginación y la discriminación por condición social y económica.
6.-
Si el usuario de la biblioteca pública es estudiante de alguna institución
educativa, sea primaria, secundaria o la universidad, es requisito
indispensable que porte correctamente el uniforme escolar azul y blanco, su
escarapela o presente su carnet de identificación (en caso de pertenecer a la
comunidad educativa de un colegio privado o de una universidad) de manera que
la bibliotecaria tenga la certeza de que se es una persona de confiar. ¡Habrase
visto! Definitivamente, las bibliotecarias tienen tanta imaginación (esperemos
que sea por haber leído tanto, por haber disfrutado tanto el placer de leer)
como para suponer que el niño, la niña, el adolescente o el joven que les
visita pretenda asaltarles, robarles o cometer otro delito más a la altura de
un gánster.
7.-
Ni en chinelas ni descalzos. Y menos en short. Con uniforme y bien presentable.
Pero, ¿quién le ha dicho a la bibliotecaria o a quienes se han dedicado a
imponer sus normas dentro de las bibliotecas que el usuario-lector para
aprender necesita distinguirse y/o parecerse en el modo de vestir a los
estudiantes light? ¿De dónde se han inventado que vestir de short, calzar
chinelas o andar descalzos es no reunir los requisitos imprescindibles para
acceder al aprendizaje? Tanto más aventajado económicamente puede ser un
estudiante de ciudad como astuto será un estudiante de barrio o de origen
campesino y ambos (si se les da la oportunidad de ponerse en contacto con los
libros, sin objeciones ni limitaciones y en plena libertad) podrán desarrollar
experiencias únicas, significativas y correspondientes con su entorno, sus
necesidades y ambiciones tanto que su visión de desarrollo ya no será la misma.
8.-
Algunas de las condiciones necesarias que se deben tomar en cuenta al momento
de construir experiencias de aprendizaje podrían ser: la disposición de la
persona para asimilar el conocimiento, requerir de un espacio adecuado y
oportuno (que incluya la iluminación necesaria) para evitar distracciones y,
por supuesto, contar con una alimentación sana y balanceada con vitaminas y
proteínas que estimulen las neuronas. Además, se hacen necesarios recursos como
cuadernos o libretas y lapiceros (para aquellos que acostumbran tomar notas).
Todo lo demás que se diga considérese ofensivo y vulgar a la incipiente y
pueril intelectualidad que a fuerza de resistencia, capricho y voluntad se va
entretejiendo en las calles, en los barrios, como un parásito desesperante que
amenaza, con un nuevo discurso de justicia y de igualdad, el equilibrio y la
estabilidad de un sistema que no responde oportunamente a las grandes
necesidades de las masas.
2.- Solicitar y devolver a la bibliotecaria la bibliografía
9.-
Por si acaso se nos olvida, la biblioteca es de uso y servicio público donde se
privatiza nuestro espacio y por ende nuestro interés. Se privatizan los libros.
Se privatiza el aprendizaje. ¿Existe el capitalismo salvaje dentro de las
bibliotecas? ¡Claro que existe! Si los libros de una biblioteca son de utilidad
pública y la biblioteca presta un (supuesto) servicio social, entonces, ¿por
qué los estantes están cada vez más lejos de los usuarios-lectores? Sólo la
bibliotecaria y su asistente (en caso de que la tenga) conocen la ubicación de
cada libro. Al usuario-lector sólo le queda solicitarlo y luego devolverlo, no
sin antes llenar la ficha. ¿Por qué negarle al usuario-lector la experiencia de
explorar las profundidades mágicas de la biblioteca? ¿Por qué no permitirle que
construya desde su propia búsqueda un nuevo conocimiento? Simplemente, porque
esta experiencia se ha privatizado.
10.-
Muy a menudo sucede que la bibliotecaria está de muy mal humor y en ocasiones
se hace la sorda. Y digo que se hace la sorda porque considero que es demasiado
común que casi la mayoría de las bibliotecarias te pregunten no sólo una, sino,
dos, tres y hasta cuatro veces por el título del libro que uno requiere. Y si
acaso dices el título del libro al revés, te corrigen con un tono poco amigable
que si las palabras fulminaran nadie volvería a las bibliotecas. ¿Acaso uno no
tiene derecho a equivocarse? ¿Tan perfeccionistas y arrogantes son que no te
permiten la mínima distracción?
11.-
Es sumamente agradable que cada usuario-lector disponga en libertad de la
amplia bibliografía de que constan las bibliotecas, aunque esta bibliografía se
corresponda más a ediciones con fines comerciales y no con la estimulación de
experiencias placenteras. Las ediciones comerciales abundan en las bibliotecas.
Y las bibliotecarias las tienen por mejores. No es una editorial o una
bibliotecaria la que definirá si una publicación es buena o es mala. Y menos
tenerla entre los gustos y atracciones de los usuarios-lectores. Así que estoy
totalmente seguro que si al usuario-lector se le diera la oportunidad de
explorar abiertamente, sin limitaciones, la estantería de las bibliotecas,
probablemente desaparecerían la mayoría de los libros, tanto por no ser
atractivos desde su presentación como por no contar historias que estimulen la
vida.
3.- Guardar silencio mientras se consulta un libro, para no interrumpir a otros usuarios de la biblioteca
12.-
Otra normativa estúpida es esta que trata del silencio, o mejor dicho la que
nos manda a callar. ¿Por qué se nos manda a callar cuando estamos dialogando
con nuestro mejor amigo, el libro, si la profesora o el profesor nos insisten
mucho en que el libro es para dialogar? Y ellos mismos nos enseñan que el
diálogo se da entre dos. No puede haber diálogo entre uno que habla y otro que
calla. El silencio es de aplicación exclusiva de los dictadores, cuando sus
opositores, inconformes con su realidad, denuncian atropellos, injusticias,
abusos de poder, encarcelamientos, tráfico de influencias, manipulación,
entonces, como represalia, se les manda a callar, ya sea arrancándoles la
lengua o por medio de técnicas más solapadas.
13.-
La excusa (de la bibliotecaria) girará en torno a que cuando hablamos o leemos
en voz alta dentro de la biblioteca podemos distraer a otros usuarios que sí
están concentrados. En pocas palabras, las personas que consultan sus libros en
silencio sí saben de técnicas de estudio y aprovechan oportunamente aquel
espacio. ¿Acaso uno que lee en voz alta dentro de la biblioteca no hace buen
uso del espacio? ¿Bajo que parámetros o indicadores la bibliotecaria se atreve
a discriminar entre quién sí hace buen uso y quién no hace buen uso de la
biblioteca y de los libros? O será que ¿la bibliotecaria nos manda a callar por
la simple y sencilla razón de que es una señora que pasa el mayor tiempo de su
vida irritante por causa de sus insaciables deseos? Si es así, ¿qué culpa
tenemos nosotros que la bibliotecaria a su edad ya no tenga las satisfacciones
ni los orgasmos de su juventud?
14.-
Pensemos mejor en que la bibliotecaria es una señora a la antigua, con
pensamientos retrógrados, propios de la Edad Media y de la Santa Inquisición, a
la que sus hijos (ya todos mayores de edad, casados y con hijos) le han
provocado un disgusto. Les ha llamado la atención porque ha encontrado
calcetines tirados por el suelo y ropa interior colgando de las paredes como
banderas que dan la bienvenida a cierto visitante extranjero y éstos le han
hecho ver que ya no son sus “niños chiquitos” sino personas adultas que pueden
hacer lo que se les venga en gana. Esto le ha obligado a pensar en que todo su
esfuerzo durante tantos años por inculcarles valores y hábitos correctos fue en
vano. ¡El cielo se le vendrá encima!
15.-
Cuando leo un libro que me interesa porque me han contado algo sobre él y su
autor o porque en la escuela el profesor (o la profesora) me lo ha mandado a
leer porque ahí encontraré la respuesta a mi tarea y me encuentro con palabras
desconocidas, a falta de contar oportunamente con un diccionario, o frases
gramaticalmente poco digeribles, redactadas en un lenguaje técnico y purista,
pregunto a la persona que tengo más cerca sobre el posible significado de esas
palabras y frases, de manera que si bien no tengo una definición precisa y
exacta podré tener un acercamiento.
16.-
Si no se nos permite leer en voz alta, entonces, nunca aprenderemos a dar la
entonación adecuada a aquellas palabras cuya acentuación y pronunciación nos
resulta una tortura y, menos, si se trata de frases interrogativas,
exclamativas o aseverativas. ¿Por qué muchos estudiantes al día de hoy,
inclusive profesores (formadores) tartamudean y cancanean al leer en voz alta y
leen un texto completo de forma lineal, irrespetando hasta sus signos de
acentuación y puntuación? Cada texto tiene su propia forma externa e interna.
Es como una música con tonos fuertes y bajos. Cada palabra, cada frase, tienen
una función específica. Crear armonía. Inspirar nostalgia, amor. Así que hablar
con el libro es descubrir secretos. Leer es una verdadera aventura, es un placer
de infinitas sensaciones. Aprender (hablando) es el mejor juego (literario) al
que todos tenemos derecho a acceder sin límites.
4.- No doblar ni rayar las hojas de los libros ni sentarse sobre ellos
17.-
Esta prohibición se conforma de dos partes. Estoy totalmente de acuerdo con la
primera. Con la segunda, tengo mis dudas. La primera parte trata sobre la
prohibición de infringir daño a nuestros semejantes. ¿Es el libro nuestro
semejante? Desde luego el libro es una composición de papel y el papel procede
de los árboles y los árboles tienen vida, es nuestro semejante. Con la
diferencia de que físicamente no se nos parece. Pero espiritualmente sí lo es:
el libro respira nuestras ansias, nuestras preocupaciones, nuestros miedos,
respira nuestros sueños, se queda con ellos, los toma y, lo mismo que los
árboles hacen con el dióxido de carbono, nos las devuelven convertidas en
esperanzas.
18.-
Si con la punta de un lápiz hinco a la persona que tengo al lado en su hombro o
en su brazo lo más probable es que se queje, si no de dolor, pues, de cierta
incomodidad. Si tiro de los pelos a cualquier persona con seguridad gritará. Si
le doy una patadita en el trasero o en la ingle (mejor no nos imaginemos lo que
pasaría)… Ni más ni menos sucede con nuestro buen amigo, el libro, cuando
estrujamos sus páginas, las doblamos o las rayamos. Se diferencia de nosotros,
también, en que no se puede quejar de las mil y una formas que lo maltratamos.
Y si pudiera hacerlo, tampoco reaccionaría de la misma manera que nosotros. Nuestra
tendencia, cuando se nos agrede, es responder con grosería y violencia. Y el
libro está hecho para enamorar, educar, hacer compañía, así que no esperemos de
él rechazos y malos gestos. Y pregunto: ¿a quién le gustaría que sus brazos
fuesen doblados hasta estirarlos o arrancarlos o que en su cuerpo se tatúe un
dinosaurio con filosas navajas?
19.-
La segunda parte de esta prohibición trata de algo que a lo sumo podría ser
contradictorio, desde la lógica que voy a abordarlo. Partiendo del hecho de que
los libros son nuestros semejantes, pues sería algo incorrecto sentarnos sobre
ellos. Es como si tomáramos a la persona más querida de nuestro círculo
(llámese familia, amigos, compañeros de labores, etc.) y lo tumbáramos por el
suelo para sentarnos sobre su rostro. ¿Cómo se sentirá la persona que sea
víctima de esta ignominia? Entonces, si los libros tuvieran la misma capacidad
de sentir que nosotros, ¿cómo se ha de sentir cada vez que te sientas sobre él?
Si las personas nos sentimos ofendidas cuando somos víctimas de abusos y
atropellos a nuestra dignidad, pues ni más ni menos sucede con los libros.
20.-
Lo otro es que las bibliotecas públicas se han modernizado tanto hasta el día
de hoy que muchas ya cuentan con aire acondicionado. Si al aire acondicionado
le sumamos las ventanas cerradas y las sillas y mesas de metal, pues tenemos un
ambiente parecido al de los polos. Entonces se nos hielan los huesos, se nos
empalidece la cara, se nos entumen las manos y los dedos y (¿por qué no
reconocerlo?) hasta las nalgas sentimos que se nos han quedado atoradas a la
silla, con el temor de que al levantarnos necesitaremos con urgencias de la
ayuda de un paramédico. Bien, para evitar que nos suceda conforme nuestro
temor, nos sentamos con las piernas cruzadas sobre la silla o mejor dicho sobre
el libro que hemos dispuesto sobre la silla. Si las bibliotecas se
transformaran (y sustituyeran sillas y mesas de metal por sillas y mesas de
madera), nos ahorraríamos muchos inconvenientes.
5.- No arrastrar sillas y mesas, para conservarlas en buen estado
21.-
Me llama mucho la atención lo que dispone esta normativa. Y para ser honesto,
estoy de acuerdo con lo que pide, siempre y cuando no lo exija ni lo obligue.
Arrastrar una silla o una mesa por el piso de la biblioteca provoca un chirrido
delirante y atormentador para nuestros oídos. Y es que nuestros oídos son
órganos altamente sensibles con funciones específicas de regular los decibeles
o intensidades de los diferentes sonidos para que los podamos disfrutar. ¿Y si
las sillas y mesas de la biblioteca son de metal? No sólo dañan nuestros
tímpanos sino también rayan el piso. La música de todos los días, los
altoparlantes de los mercados donde se anuncian productos e inclusive se ofrece
el cielo, el claxon de los vehículos, los gritos en sus diferentes escenarios,
tienen sus repercusiones negativas en nuestro órgano auditivo. Entonces, ¡es
justo que en las bibliotecas se respete no sólo nuestro encuentro con la
lectura sino también nuestra salud!
22.-
Por otro lado, si sustituimos las sillas y mesas de metal por sillas y mesas de
madera tendríamos un ambiente mucho más agradable en la biblioteca, pues las
sillas y mesas de madera nos ponen en contacto y nos acercan al espíritu de la
Madre Tierra. Y más si su diseño es rústico. En cambio, las sillas y mesas de
metal son tan heladas que enfrían el ánimo, el interés, y matan toda intención
de aprendizaje. Ahora bien, pensemos en lo siguiente: el libro se compone de
una estructura básicamente de papel. Y el papel se elabora a partir de la
corteza de los árboles. ¡Millones de árboles son decapitados a diario para que
podamos disfrutar de un centenar de ediciones de literatura buena y mala! Y si
las sillas y mesas en la biblioteca son de madera, entonces, ¿no se facilitaría
el diálogo entre el espíritu de los bosques y el espíritu de los libros que, al
fin y al cabo, contienen (y proceden) ambos la misma esencia?
23.-
Entonces, ¿por qué insistir en llenar las salas de las bibliotecas con sillas y
mesas de metal? ¿Por qué no pensar en la posibilidad de que la biblioteca
pública experimente una transformación profunda en cuanto a diseño y estética,
como por ejemplo: eliminar las sillas y mesas y acondicionar la sala con
cojines y petates de manera que el usuario-lector pueda concebir sus experiencias
lectoras dentro de un marco de respeto a su integridad física, psíquica y
emocional y por ende más agradable? La sustitución de las sillas y mesas de
metal por sillas y mesas de madera (o por cojines y petates) simplemente haría
inservible y más estúpida la prohibición de “no arrastre”. Y no es que se
asegure que el usuario-lector será más responsable con el uso de los muebles
sino, por lo menos, se estimularía el aprendizaje en condiciones más
favorables.
6.- No consumir ni bebidas ni alimentos dentro de la biblioteca
24.-
A algunas personas, cuando consultan un libro, les da por comer. Pero,
definitivamente, hacer esto en la biblioteca sería como cometer sacrilegio o
pecado capital. Sin embargo, detrás de los estantes vemos a la bibliotecaria
atiborrarse de panes, frutas, tortas, bebidas, y mirando por encima de sus
espejuelos y a través de las ventanas hacia el corredor. ¿Cómo es posible que
la persona responsable de aplicar dicha normativa, por demás estúpida, incurra
en una falta tan grave? Todo lo que puedo decir es que se trata de una persona,
simplemente, con un estómago ansioso, como las hay muchas. Pero, vayamos al
grano: la justificación de esta prohibición se basa en que cuando estás
comiendo o bebiendo podrías manchar, aun sin querer, las páginas del libro, lo
que lo dejaría con una mala presentación para otro usuario que lo necesite.
25.-
Para lo anterior, sólo se me ocurre una respuesta: ¡ya no somos niños! Y
tampoco somos unas personitas cualesquiera. ¡Somos lectores que hemos aprendido
a tratar al libro mejor que nuestra propia familia nos ha tratado! Entonces,
¿hay o no hay que comer y beber mientras se disfruta de la placentera compañía
de un libro? No sólo me parece que la prohibición es estúpida sino, también,
que en las bibliotecas debería haber una cafetería donde se ofrezcan bebidas
naturales y tortas hechas de maíz. ¿Y si por accidente le damos vuelta a
nuestra bebida sobre el libro? ¿Y si por descuido manchamos las páginas del
libro con residuos de nuestra torta? ¡Eso estaría muy mal! Para evitar cometer
dichos errores se habrá de diseñar una bandeja para ubicar las bebidas y las
comidas y no apretujarlas junto a los libros.
A manera de conclusión:
26.-
Todas estas normativas y otras que no he considerado hacen que las bibliotecas
públicas se parezcan más a una cárcel de libros que a un lugar de encuentro con
el aprendizaje, la libertad y la recreación. Es vital, para que las bibliotecas
públicas cumplan con esa función específica para la cual fueron diseñadas, instituidas y establecidas que
integren dentro de sus principios (si los tienen) el respeto a la persona y a
su libertad como un factor estimulante y de emancipación y que se alejen, lo
más pronto posible, de la función moralizante para lo cual fueron concebidas.
Si dentro de las bibliotecas públicas no hay libertad y tampoco se respeta al
individuo como persona que se construye a sí misma en cada encuentro con la
literatura, de nada sirven las bibliotecas y tampoco son útiles los libros que
alberga. La libertad genera entusiasmo por la vida. Y la vida genera mayor
entusiasmo por la adquisición de conocimientos y la asimilación de experiencias
que moldean la personalidad de cada lector.
27.-
Las prohibiciones, como las anotadas y comentadas arriba, sólo cumplen con la
función de crear aversión en los lectores no sólo hacia los libros (que nos lo
presentan como sagrados) sino, también, a las bibliotecas como espacio público
y abierto para el aprendizaje y la recreación y ya no se diga hacia las
bibliotecarias que por encima de sus anteojos culo de botella te echan miradas
como víboras. Si los lectores se alejan de las bibliotecas, si no hay personas
que las visiten de vez en cuando, entonces ¿para qué sirven? Si los libros
dentro de las bibliotecas no pueden ser leídos y sus páginas se vuelven
amarillas por la cantidad de polvo acumulado y las cucarachas y ratones han
dejado sus cuitas sobre ellos, entonces ¿para qué sirven? Si la bibliotecaria,
aun con su vestimenta estrafalaria y su cara de desconsuelo se va haciendo
vieja o más vieja encerrada en la biblioteca porque ha perdido toda posibilidad
de contacto con el mundo exterior, entonces ¿para qué sirve?
28.-
Sobre todo lo anterior, debemos entender dos cosas. La primera es que si una
biblioteca está atestada de literatura de alta calidad y actualizada pero no
cuenta con visitantes (usuarios, lectores) es como una cárcel llena de reos que
no reciben visita de su familia. Si la vida de una bibliotecaria (durante su
jornada laboral) es demasiado aburrida contando con algunos grupos de
visitantes, lo será más cuando nadie asista regularmente a las bibliotecas. Así
que unos libros que no son utilizados por nadie, bien ordenaditos en sus
estantes, no pueden ser otra cosa más que prisioneros (del sistema y de la bibliotecaria).
La segunda es que las normas son prohibiciones que incentivan en las personas
el deseo de violentarlas. No existe ninguna prohibición en el mundo que no sea
violentada. Lo mismo que con los Tratados Internacionales sucede con las
pequeñas leyes de un país, por muy espurio que sea.
29.-
Intentaré, ahora, rescatar un punto que considero de suma importancia, por el
cual no se establece ninguna relación entre los libros y los usuarios de las
bibliotecas públicas y los reos de las cárceles sino, todo lo contrario, y es
que, afortunadamente, a los reos (dentro de las cárceles) no se les prohíbe
hablar, y en ocasiones, los reos hasta abusan de ese derecho y que dentro de la
cárcel es un privilegio. O sea que de todas las libertades a las que tenemos derecho
como ciudadanos el hablar es lo único que no se les restringe.
José Luis Núñez